06 septiembre 2006

Compartiendo pensamientos... Tomo alcohol y no me embriago

Esta es la primera parte de un una serie de artículos sobre las bebidas espirituosas o estimulantes. Espero continuarla durante la semana.
Mis primeros contactos con el alcohol fueron de niño; con el alcohol y el cigarrillo comencé a muy temprana edad. En ninguna de las dos fue una experiencia gratificante ni satisfactoria. Con el alcohol, según recuerdo, lo primero que probé fue un licor de anís que alguien dejó en la nevera de mi casa. Abrí la botella, me serví un poco en un vaso de metal y me lo llevé a la boca. El primer trago fue el último, sentí fuego en la garganta, como si se me quemaran las tripas.Con relación al cigarrillo ya he mencionado la anécdota en otras ocasiones: «Esperaba que un adulto tirara al suelo una colilla y corría tras ella; quería descubrir lo que ellos le encontraban. Una vez hasta puse mi propia fábrica. Con trozos de papel periódico y hojas secas de un árbol de lechosa, preparaba unos habanos que daban gusto. Un primo novato, a quien invité a fumar, se tragó el humo y casi muere de asfixia. Hasta ese día me duró el proyecto».
Volviendo al tema de la bebida. Años después, en la escuela bíblica, me enseñaron que todo esto era pecado. Recuerdo mi primera discusión sobre el alcohol, fue con un amigo de mi edad, quien me dijo, con mucha propiedad, que la cerveza no era pecado. Sus padres eran un poco más liberales que los míos y le habían enseñado que una cerveza tiene menos grados de alcohol que una botella de vino. Fui corriendo a mi casa y tomé una concordancia de la Biblia. Hice un estudio, libro por libro, de todas las referencias sobre vino, tomar, embriagarse y cualquier palabra relacionada. Las conclusiones fueron muy interesantes.
No tuve que ir muy lejos para conseguir argumentos, al parecer fue Noé el primer bebedor confeso cuya historia reseña la Biblia. Al descender el arca el orden de sus acciones fue el siguiente:
Preparó un altar al Señor.
Cultivó la tierra, y plantó una viña.
Bebió vino, se embriagó, se desnudó y tuvieron que ir sus hijos a cubrirle la desnudez. Al final, cuando se le pasó la resaca, terminó maldiciendo a uno de ellos —que al parecer se burló de su borracho padre— con la siguiente maldición: ¡Maldito sea Canaán! Será de sus dos hermanos el más bajo de sus esclavos».
Esta historia fue un fuerte argumento a mi favor en mi proyecto de confrontar a mi amigo y desistirlo de ser un potencial bebedor. La primera borrachera mencionada en la Biblia terminó llevando división a una familia. Cerré mi Biblia, anoté mis argumentos en una hoja de papel y puse una sonrisa de satisfacción al saberme abstemio y en posición de ganar la discusión.
Más tarde, quise anotar otras referencias sobre el tema para fortalecer mis argumentos. Si el primer bebedor mencionado en la Biblia no era suficiente para que mi amigo dejara de tomar cerveza, con mis siguientes hallazgos no quedaría duda, o dejaba las bebidas o dejaba la fe: Las hijas de Lot emborracharon a su padre dos veces para acostarse con él y tener hijos, una noche una y otra noche la otra; Jacob usó el alcohol para emborrachar a Isaac, su padre, engañarlo y robar a su hermano.
El rey David también tuvo sus líos de copas y faldas. Después de embarazar a Betsabé, la mujer de Urías, uno de sus soltados —mientras este peleaba por Israel en la guerra su rey se entretenía espiando su mujer desde la terraza de castillo— intentó emborracharlo para hacerle creer que el niño era suyo.
Con este caso y los otros dos mencionados, amarré un argumento el cual creí irrebatible para mi amigo: el alcohol, desde el principio, ha venido poniendo padres en vergüenza delante de sus hijos: caso Noé; trayendo aberraciones tales como hijas acostándose con su padre: caso Lot; y formando parte de los chanchullos pecaminosos más abominables para llegar hasta a debilitar reinos: caso David.
Busqué a mi amigo y como buen evangélico le obligué a escuchar mi caterva de versículos, desde génesis hasta el segundo libro de Samuel. Adicional a las tres historias, incluí los siguientes dos como colofón:
El vino lleva a la insolencia, y la bebida embriagante al escándalo; ¡nadie bajo sus efectos se comporta sabiamente! Proverbios 20:1
No se emborrachen con vino, que lleva al desenfreno. Al contrario, sean llenos del Espíritu. Efesios 5:18

Realmente este es un tema no para condenar sino para ser edificados. Pero yo pienso que los cristianos deberiamos ser mas originales y no dejarnos imponer nuestro estilo de vida por las personas que no conocen a Dios. Desde principios del siglo pasado hasta un poco después de mediados de siglo, el alcohol era prohibido y se traficaba con él. Luego lo legalizaron y ya beber es algo normal. Pero el alcohol es contado como una de las principales (si no la numero uno) causa de muerte, accidentes y violencia a nivel mundial. Porque tanto afán por defender algo que ha sido un instrumento de daño masivo y que sin embargo nos beneficia en nada consumirlo. Pregunto yo, ¿Si legalizan las drogas, los cristianos tambien la consumiriamos moderadamente? El alcohol altera los estados de conciencia al igual que otras sustancias, sustancias que los cristianos deberiamos condenar y no defender por el tanto daño que han causado a la humanidad. Si a herencia nos vamos (y de esto puedo hablar pues soy psicologo) con el alcohol sucede como con otras sustancias, que se hereda la predisposición al alcoholismo. Por eso es que hay personas más vulnerables que otras a la influencia del alcohol. No nos perdamos, el alcohol causa alteraciones a nivel del sistema nervioso central, haciendonos dependientes de alguna manera a su consumo. Espero piensen en esto.

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